
BUENOS AIRES | La ruta sin gluten: una guía real para comer rico y sin resignación
Antigourmet y Cunnington se embarcan en una travesía para quienes recorren la vida sin TACC, pero con ganas de saborear cada parada del camino.
Desde el mar y las raíces inmigrantes, Mar del Plata construyó una cocina que se degusta con todos los sentidos y que guarda secretos que sólo se revelan en su territorio.
11 de julio de 2025A orillas del Atlántico Sur, donde el viento salino acaricia las calles y el aroma a pan recién horneado se mezcla con el perfume del mar, Mar del Plata despliega su mejor menú. No es sólo destino turístico: es una cocina viva, con alma de puerto y corazón de inmigrante, donde la frescura, la historia y la identidad se sirven en cada plato.
El mar, la tierra y la mesa
En esta ciudad donde el mar llega a diario a las cocinas, el pescado no es un lujo, sino una costumbre. Rabas crujientes, paellas humeantes, langostinos dorados a la plancha: el Atlántico se deja probar sin reservas. Las especies nobles —abadejo, merluza, pez limón, mero— saltan del barco al plato con una frescura difícil de igualar. Y si el mar es generoso, la tierra también tiene lo suyo. El cinturón frutihortícola que abraza la ciudad abastece de colores, texturas y sabores que enaltecen cada guarnición.
En esa alianza entre el agua salada y los suelos fértiles, Mar del Plata encuentra su equilibrio: platos que saben a mar y a campo, a simpleza y a nobleza de origen.
Agua bendita y secreto a voces
Los panaderos lo saben. Los heladeros también. Dicen que hay algo en el agua —minerales, historia, identidad— que transforma cualquier receta en un emblema. El agua de Mar del Plata, proveniente de napas subterráneas, parece aportar una textura y un sabor que solo allí se logran. Las medialunas doradas, las pizzas de masa justa, los churros perfectos, los alfajores con memoria: todo se amasa con ese “toque” invisible que solo el agua local puede dar.
Raíces que laten en cada plato
Detrás de cada cazuela, de cada bocha de helado artesanal, hay un apellido, una abuela, una tradición llegada en barco. Las recetas con ADN italiano y español no solo fueron preservadas: fueron reinventadas con ingredientes frescos y sensibilidad local. Mar del Plata no copia: interpreta. Por eso su cocina es mediterránea pero argentina, europea pero costera, universal pero entrañablemente suya.
Heladerías que pasan sus fórmulas de generación en generación, restaurantes donde el guiso tiene apellido, panaderías con más historia que vitrinas. Comer en Mar del Plata es también morder un fragmento de su pasado inmigrante.
Quienes cocinan el alma de la ciudad
Chefs, pasteleros, cocineras de oficio: la escena gastronómica marplatense se alimenta del talento de quienes decidieron quedarse y honrar el sabor local. Muchos estudiaron afuera, pero vuelven a cocinar con productos de cercanía y recetas con identidad. Buscan algo más que una buena crítica: quieren que en cada plato se sienta la ciudad.
Aunque los alfajores crucen fronteras, el gin se destile con elegancia y la cerveza artesanal se abra paso en ferias del país, hay un sabor que no viaja. Es el de estar allí, en una mesa frente al mar, con la brisa fresca y el murmullo del puerto. El sabor “a Mar del Plata” es una experiencia que no admite delivery. Se vive, se saborea, se recuerda.
Antigourmet y Cunnington se embarcan en una travesía para quienes recorren la vida sin TACC, pero con ganas de saborear cada parada del camino.
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